Antología de un corazón roto
- De Lágrimas a Canciones
- 27 abr 2024
- 8 Min. de lectura
Primera parte
¿Laberinto sin salida?
Llegué contigo en una pieza. Era toda yo entregándome a todo tu. Pensando que podía confiar en ti, que me amabas y que esto era real. Con el tiempo, sentí cómo me recortabas para llenarte tú. Y supuse que cambiarías, o tal vez comencé a tapar mis heridas. Supuse que lo necesitabas pero que algún día me las regresarías; y yo, dispuesta a sacrificarlo todo por lo nuestro, cedí. Pero no te detuviste, y entramos en un laberinto sin salida.

Un laberinto en donde me mareabas, me confundías y te aprovechabas. Un laberinto en el que yo caminaba, corría, me arrastraba, pero nunca me detenía porque creía que encontraría la salida. Firmemente, yo ponía las manos al fuego por ti. Y quizás me aferré a la idea de que lograríamos salir juntos de ahí y reconstruir nuestras piezas recortadas. Cuando de pronto, comencé a ver que lo disfrutabas… Tú gozabas mis propias heridas, mis recortes los usabas para llenar tus vacíos y encima te burlabas de los hoyos que dejabas en mi. Vi que tú tenías salidas secretas dentro del mismo laberinto, mismas que tomabas para construir nuevos laberintos para otras víctimas. Y una vez que pude ver la realidad de tus intenciones, no hubo vuelta atrás.
Decidí salir de ahí sin ti, escalarlo o romperlo si fuera necesario. Yo sola, corriendo con aquellas dos almitas, a quienes prometí proteger de tus planes malignos. Y, ¿adivina qué? Al salir, descubrí que ese laberinto no era tan imposible cómo lo pensaba. Descubrí que yo no era chiquita o débil cómo me lo decías. Pude encontrar gente, familia y amigos, dispuestos a darlo todo por sacarme de ahí. Y es que ni siquiera tienes la capacidad imaginaria para visualizar el nivel de equipo de rescate que tengo. Salí descalza, despeinada, cansada, echa un hilo. Salí tan vulnerable que ya ni siquiera tenía energía para gritar o si quiera suspirar.
Pero Dios me llevó a un lugar hermoso, con ropas nuevas y un lugar digno en la mesa. Dios me cobijó y me dio la luz para entender lo que había pasado y me mostró todo aquello que yo debía sanar. Algo que tú, nunca lograrás, porque esa es tu naturaleza.
Segunda parte
Cuando Dios dijo que no
Si bien ya estaba en un lugar seguro, comencé a ver todos esos espacios vacíos en mi y todo lo que había dejado de ser o había cambiado para ti. Actos que al final no terminaron de ser suficientes.

Y entonces decidí probar de todo, con tal de sanar. De todo. Pero justo antes de hacerlo, un amigo me dijo una frase que marcó mi corazón con fuego: “No profanes tu dolor, no se lo des a cualquiera”. Así que entendí que quizás era mejor entregárselo a Aquél que murió por mi. Y llegué a su casa, extendí mis brazos y llorando le dije: “Dios, ¿me pegarías de nuevo? ¿Me regresas todas estas piezas que me faltan? ¿Podría yo ser sanada ahora mismo? No quiero seguir con este dolor que me abruma y permea cada parte de mi mente, alma y cuerpo.”
Guardé silencio y ese silencio continuó. Sólo alcanzaba a escuchar mis propias lágrimas y sollozos. Y de repente muy claro lo escuché: NO.
¿¡QUÉ!? ¡ERES DIOS! ¡EL QUE TODO LO PUEDE! Y TU, EN TU VOLUNTAD DIVINA Y OMNIPOTENTE, ¿DECIDES LIBREMENTE DECIRME QUE NO? ¿ACASO NO ME VES? ¡MÁS DESTROZADA NO PUEDO ESTAR!
De nuevo: NO.
Simplemente dejé de discutir, me sentí profundamente enojada con Él. Enojada, confundida y con un sentimiento de injusticia. De ver cómo sana a muchos enfermos pero a mi no. De ver cómo hay familias que sí pueden vivir en su amor, y yo no lo logré contigo. Y nadando en mis propias emociones, decidí hacer silencio en mi corazón, porque es imposible entablar un diálogo de escucha si el ruido viene desde el interior. Así que me detuve, y conmigo, también se detuvo el tiempo. Entonces Él en su infinita ternura de Padre, me dijo: “Mi hermosa, no te voy a curar inmediatamente porque sé los frutos que puede dar tu propio dolor y es importante que tú solita vayas reconstruyéndote cómo más quieras y más te guste. Por favor, confía en mí. Siempre. Porque viene un desierto muy oscuro, frío y desolador en tu vida. Pero no te olvides que no lo atravesarás sola, sino que yo estaré a tu lado en todo momento.”

Claro que me derrumbé. ¿Por qué Dios permite esto en mi vida? No lo sé, pero ya está. El daño hecho está, pero ya no estoy en ese laberinto infernal y mi equipo de rescate es de lo mejor. No estoy sola. Así que no me queda de otra más que levantarme del piso, secarme las lágrimas, alzar la mirada hacia el frente y seguir mi camino con confianza y seguridad, sabiéndome fuerte y valiente. Y es que, aún con vacíos, yo sé que sigo entera. Y nadie mejor que yo misma para escoger esos nuevos colores para pegarme con amor y delicadeza. Esta vez, seré yo misma pero más fuerte, más completa y con más experiencia. Yo sé que me gusta hacer las cosas bien hechas y no a medias. Y si voy a trabajar en mi, daré lo mejor que tengo a la máxima potencia. Y lo haré por mi. Porque me he prometido JAMÁS volver a tolerar a gente como tú. Ni siquiera un poquito. Y aunque Dios mismo me dice que este reto que viene, se viene fuerte y difícil. No importa, porque Él es mi Padre. Y yo, al ser su hija, creéme, tengo superpoderes que ni te imaginas. Para empezar, tengo amor. Algo que tú nunca pudiste conocer en otro lado que no fuera yo.
Tercera parte
La muerte de la esperanza

Comencé este camino de reconstrucción. Mi corazoncito en obra trabajando día y noche para resanar cada pedacito de sí. Y regresé. Quizás todavía me falten algunas grietas que rellenar, pero al menos, ahora ya no me caigo en mil pedazos. Ahora puedo ser mi propio soporte.
Al sorprenderme de mi misma y mi capacidad de sanar. Acepto que pensé en ti. Y le dije a Dios: “¿Y a él también le podrías echar la mano? ¿podrías actuar en su corazón para que así pueda descubrir esto que siento yo? Es tan hermosa esta recuperación que quisiera que todos se sintieran así de bien consigo mismos. Incluso aquél que fue mi agresor. ¿Te imaginas Dios? ¿Que el mundo entero pudiera experimentar este gozo y plenitud en ser ellos mismos? Pero otra vez… Dios dijo que no. Y contestó: “Mi niña hermosa, eso no depende de mi. Yo no puedo curar a quienes no desean ser curados. Un corazón narcisista no ve error en él, sino en los demás. Y si no se rinde a mi amor, no hay nada que yo pueda hacer.”
Me sentí preocupada. ¿Cómo es posible que la voluntad humana pueda limitar la gracia que Dios quiere derramar sobre nosotros? Yo no quiero ser así. Quiero vivir abierta completamente a toda la vida de abundancia que mi Padre del cielo me quiera dar. Y entendí que para recibir, primero tienes que vaciar los brazos. Si vives cargando algo, ya no tienes espacio para recibir aquello que Dios te quiere dar. Y pensé, ¿qué es eso que no puedo soltar?
Miré hacia abajo, viendo mis brazos hacia el frente, yo me encontraba bañada en lágrimas, aferrada a un cuerpo muerto que descansaba en mis antebrazos. Un cuerpo muy pesado pero pequeño, consumido en si mismo, envuelto en vendas y sábanas blancas. Caminando temblorosa, se lo llevé a Jesús y me tiré al suelo rendida, puse el cuerpo debajo de sus pies y le dije: “Jesús, te entrego mi esperanza muerta”.

El llanto que solté ha sido de lo más liberador que ha experimentado mi alma. Hincada, viendo ese cuerpo muerto, entendí que cada venda que lo envolvía era un intento de curarme a mi misma de todos esos golpes recibidos contigo y tu violencia. Cada venda significaba: “él va a cambiar”. Y entendí que justo eso que yo le estaba pidiendo a Dios (que actuara en tu corazón para que pudieras vivir en amor) era parte de esta esperanza, que estaba en sus últimos latidos. Pero al entender, que Dios mismo no puede cambiar aquello que tú piensas que está bien, cuando en realidad está podrido… esta esperanza chueca y lastimada terminó dando su último aliento. Y murió. Murió y ni siquiera la guardé, la enterré o la quemé…. no le hice nada. Sólo se la dejé a Jesús en sus pies, me levanté, Él lloró conmigo y me abrazó con la eternidad en sus brazos. Ya no necesito más vendas, porque no hay nada más que vida en mi vida. Ya no tengo ese peso en mis brazos, lo solté y a cambio recibí amor. Y ya no camino temblorosa por el cansancio de cargar tanto peso en mi durante tantos años. Dios me dio el descanso en el Espíritu y me dijo que ya era hora de caminar de nuevo, pero esta vez, sin ataduras a los demonios del pasado. Yo podría caminar sin miedo, sin dolor, sin peso, sin ti.
Cuarta parte
El arte de recibir

Contigo todo era un completo engaño. Pues cuando dabas, después quitabas. Quizás al principio yo no lo veía pero con el tiempo comprendí que cada que llegaba un episodio de love bombing, después llegaría un castigo, un rechazo, amenaza, humillación o cualquier otra golpe al corazón. Y así fue como me acostumbré a no saber recibir. Aprendí a recibir con culpa, con pena o con ansiedad. Aprendí la mentira de no ser merecedora de recibir.
Sin embargo… al salir de ese laberinto. Al pegar cada cachito mío. Y al renunciar a la esperanza de que cambiarías. Pude ver cómo mi equipo de rescate, mi red de apoyo, ese consejo de sabios que me aman y rodean, no han dejado de hacer otra cosa más que dar y dar. En mi desierto, en mi tormenta, ellos sólo me han dado cosas buenas. Y he de reconocer que al inicio de este caminar, si sentía ansiedad porque pensaba que después me sería retirado ese apoyo. Pero, ¿te digo una cosa? no me lo retiraron y es
más… me dieron más.
Al saberme merecedora de recibir cosas lindas y bonitas,
un día simplemente me desperté con esta frase en mi cabeza:
“Ya me toca.”

Y decidí abrirme al mundo sin expectativas, pero con la sonrisa grande y mis ojitos brillando porque saben que ahora, es mi turno. Esta nueva era en mi vida es un guión en blanco en donde yo decido libremente cuidarme, aprender cosas nuevas, reír más, leer más, rodearme de quienes sí me saben amar y también permitirme conocer gente nueva, retomar todas mis amistades, divertirme, emprender, salir de mi zona de confort y dejarme consentir en cada aspecto de mi vida. Yo decido permitirme sentir toda esa abundancia y gracia que sé que merezco recibir. Y, ¿sabes qué es la mejor parte de esta nueva etapa de mi vida? Que no le debo explicaciones de nada, a nadie.

Y sí, tal vez mi corazón aún sigue en obra, pero aún así puede latir. Y sí, quizás sigo atravesando un desierto; pero incluso en la oscuridad, puedo bailar. Y sí… sé que nada es para siempre y que incluso esta nueva etapa de mi vida será impermanente; pero mientras la viva, la voy a disfrutar como un helado de chocolate que no quiero que termine nunca. Despacito y feliz. Porque me lo merezco y tú nunca me lo pudiste dar.
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